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La corrupción y el dilema del huevo y la gallina

¿La corrupción es algo de las personas o tiene un origen social e institucional que la reproduce? O dicho de otra manera en una discusión sin fin ¿qué es primero el huevo o la gallina? Sin huevo no hay gallina y sin gallina no hay huevos.


La corrupción tiene que ver con los valores de las personas, pero estos dependen del contexto en que estas se forman. Y digo forman porque los valores se aprenden y consolidan en la práctica social e institucional no en los libros. Los contenidos de los cursos y sermones éticos, si alguna vez calaron, se erosionan y diluyen frente a una actividad cotidiana que los niega y devalúa. Por eso cuando la corrupción es una práctica social generalizada, se genera una cultura que la reproduce y profundiza. De muy poco sirve, en el mejor de los casos, llevar a un hombre probo a la primera magistratura, manteniendo el mismo sistema reproductor de corrupción.


La trampa y el oportunismo de la ideología individualista

Ver la corrupción como un problema de valores personales y no como un sistema que se reproduce nos aleja de las soluciones. El Estado es la empresa que la sociedad monta para el buen funcionamiento del bienestar común. Todo esto dentro de la división de poderes republicana, debe manejarse bajo los principios empresariales de la rendición de cuentas por resultados. De hecho este es un principio constitucional consagrado por el artículo 11, aprobado en el año 2000 que obliga a todos los funcionarios públicos, sin embargo, que es ignorado en la práctica de los diversos gobiernos que han dirigido el país desde entonces, por supuesta carencia de reglamentos pero resulta que estos nunca se hacen. Su lugar es sustituido, con bombos y platillos por una serie de leyes moralistas como la de combate a la corrupción cargada de normativas de control de procedimientos a los funcionarios y no a sus productos, como debe ser.


Con estas disposiciones de control estricto sobre los funcionarios y jerarcas se pretendía, garantizar una buena administración e impedir la corrupción. Solo que dejando por fuera, lo realmente importante que es el control de productos y resultados, con responsabilidad personal, lo que es fundamental para la buena gestión para cualquier empresa.


Esto no ha sido casual, con aparente radicalismo y de verbo moralista, los políticos se han proclamado adalides del cambio. Del cambio para que nada cambie, porque no cambian la esencia del control por los resultados con responsabilidad personal. Y puedan así seguir aprovechándose de las finanzas públicas.


No hay cambio, sino engaño a la población con los moralismos que tapan y postergan las necesidades del cambio sistémico.

Cumplir con el mandato constitucional que ordena el artículo 11 de la constitución, no solo permitirá controlar los resultados como en toda buena empresa, sino desplazar de sus puestos a los jerarcas que incumplan con sus obligaciones.


Pregúntele los candidatos a presidente y diputados que piensan hacer y en que plazos para que se cumpla con el mandato constitucional. Durante 21 años los políticos de todos los partidos gobernantes han evadido, por conveniencia esta tarea, mientras que se llenaban la boca de grandes consignas de ética y moral.


No les crea, a las soluciones fáciles, el cambio debe ser del sistema que promueve y reproduce la corrupción.


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